Por Marilú Rojas Salazar

¿Por qué es importante la desacralización de la violencia?

Las religiones monoteístas o por lo menos el cristianismo  son religiones de corte sacrificial basada en un principio de trascendencia, este principio a su vez está fundado en el principio del ‘pater arche’, es decir en la aparente superioridad creadora del hombre y en el carácter masculino de la creación.[1]

La relación trascendental patriarcal es la formulación de un sistema ideológico que parte de la fe en la violencia, me explico, el sacrificio es un acto donde debe haber una víctima para la expiación, debe ser cruento, sangriento y violento. Hay un sujeto que ejerce de autoridad para hacer el sacrificio, esta persona llamada sacerdote casi siempre es un hombre. La autoridad  con la cual dicha persona hace este acto es  asignada por un colectivo, es decir la comunidad, quien se siente representada por este acto violento que además es considerado sagrado, y por sagrado entendemos que merece un respeto excepcional porque es divino o relacionado con la divinidad y sus misterios, lo que lo hace intocable, incuestionable y único. Sin embargo,  no hay que olvidar que estamos hablando de un acto de violencia colectiva que pretende exorcizar nuestros miedos a la ‘otredad’. Miedo a los cuerpos diversos, a las sexualidades diversas, a las otras culturas, a la diversidad que posee otras características que desde el esquema hegemónico vemos como amenazas.

Para un sacrificio violento se requiere de una corporalidad considerada ‘pura’ o víctima inocente, que sea capaz de limpiar al sistema patriarcal de sus propias violencias. Siempre que hay un acto violento sacrificial  hay también algo de la violencia colectiva que participa en una especie de pacto también colectivo que permite no hacernos responsables, ni co-responsables de los males sociales.

En el caso de la violencia hacia las mujeres además de ser un pacto patriarcal entre sistemas como lo son el capitalismo neoliberal, el cristianismo y el mercado, también hay una colectividad llamada comunidad quien ejerce de mediación para asignar autoridad a estos tres sistemas que ejercen de sacerdocio sacrificial sobre los cuerpos de mujeres, niñ@s y personas sexualmente diversas.

El cristianismo ha sido en gran parte responsable de mantener una formación sobre la victimez de los cuerpos ‘puros’ de las mujeres, todo el adoctrinamiento en torno a la pureza del matrimonio, a la pureza virginal, a la inocencia de la víctima es para ‘prepararla’ para el sacrificio.

La teología sacrificial ha contribuido para mantener la violencia contra los cuerpos y sexualidades de las mujeres. “La teología de la cruz como amor que se da así mismo es todavía más perjudicial que la de la obediencia, puesto que opera inconscientemente  junto con la cultural vocación ‘femenina’ a sacrificarse por el bien de sus familias. De este modo, hace que la explotación de todas las mujeres, en nombre del amor y del sacrificio de si misma, sea psiquícamente aceptable y religiosamente queda justificado”[2]

Los discursos patriarcales como cumplir con el deber sagrado, el autosacrificio y la castidad; dispensar protección y placer, no en recibirlos, vivir a la sombra, literalmente y en sentido figurado, de tus hombres, padre, novio, marido, hijo, tus chicos y tu familia contribuyen a forma víctimas expiatorias de la violencia: Los mandamientos del marianismo (Rosa María Gil y Carmén Inoa Vasquez):

Los mandamientos de para construir una víctima son:

  1. No olvidarás tu lugar de mujer
  2. No abandonarás la tradición
  3. No te quedarás soltera, ni serás autónoma económicamente, ni de mentalidad independiente.
  4. No pondrás en primer lugar tus necesidades
  5. No desearás otra cosa en la vida que ser ama de casa
  6. No olvidarás que el sexo es para tener bebés, no para sentir placer
  7. No serás infeliz con tu marido, ni lo criticarás por su infidelidad, por apostar, por sus abusos verbales o físico o porque consuma alcohol o drogas
  8. No pedirás ayuda
  9. No hablarás de problemas personales fuera de casa
  10. No cambiarás aquellas cosas que te hacen infeliz, aunque de hecho puedas cambiarlas

Necesitamos descolonizar estas ideas porque las ideas de victima inocente y de la redención como sufrimiento libremente elegido, potencian que las sociedades capitalistas y militares convenzan a la gente para que acepten el sufrimiento, la guerra, la violencia y la muerte como nobles ideales por lo que muchos han muerto y por los que sigue mereciendo la pena morir (E. Schüssler).

Una manera de descolonizar la violencia hacia las mujeres es superar la idea del rito  sacrificial para dar paso a la festividad del banquete, pues mientras Caín ofrece sacrificios cruentos fruto de la violencia de la cacería, Abel ofrenda desde la vida, los frutos de la vida, en conexión con la tierra y la naturaleza, lo que la naturaleza le ofrece.

Las teólogas feministas no tenemos como punto de partida la cruz, sino la resurrección, pues la teología de la cruz es violenta para nuestros cuerpos, sexualidades y aniquila nuestra fuerza erótica, mientras que la resurrección es un vestido  nuevo que va más con nosotras, pues la resurrección es algo que también experimentamos  por nuestro cuerpo y me refiero al acto menstrual, al resurgir mensualmente de una especie de muerte que experimentamos para rehacernos y cobrar nueva vida. En la resurrección no hay cuerpo de víctima sacrificial, hay una tumba vacía, y los cuerpo de las mujeres gloriosos, vigorosos y puestos en pie son los cuerpos por los que emerge el resucitado, es en estos cuerpos donde acontece la resurrección como un acto de disrupción y subversión  contra la violencia patriarcal. Ante la tumba vacía ahora los cuerpos de las mujeres son huertos y viñas floridas, cuerpos eróticos, cuerpos vitales, cuerpos que transgreden los sistemas y que gritan un no contra la violencia.

Marilú  Rojas Salazar es una teóloga feminista mexicana. Doctora en teología sistemática por la Universidad Católica de Lovaina.  Profesora de asignatura en teología en la Universidad Iberoamericana en México y Puebla, del  Doctorado en Estudios críticos de Género en dicha Universidad y de la Maestría en estudios críticos de género de la comunidad teológica de México. Miembro de la organización de teólogas e investigadoras feministas en México (TEIFEM), de la Asociación de teólogas españolas (ATE) y de la Red TEPALI. Directora de la Revista de teología feminista Sophias y miembro fundador de la academia de teología en México.


[1] Claudia von Werlhof, ¡Madre Tierra o muerte! Reflexiones para una teoría crítica del patriarcado ( México: El rebozo, 2010)

[2] Bárbara  E. Reid. Reconsiderar la cruz. Interpretación latinoamericana del Nuevo Testamento ( Navarra: Verbo Divino, 2009), 42.

Share This