La periodista Mariana Carbajal compartió un resumen de los 20 años que lleva investigando casos de abuso eclesiástico en Argentina. se enmarca en el Proyecto Cuerpos y Espiritualidades Resilientes – Mujeres, resistencias y abuso eclesiástico que llevan adelante la Red de Teólogas, Pastoras, Lideresas y Activistas cristianas- TEPALI y Católicas por el Derecho a Decidir Argentina, desde el mes de agosto de 2021.
Me parece importantísimo que ustedes estén tomándolo para ponerlo en agenda, porque sabemos que sí son temas que generan escándalo; que, frente a la opinión pública y en el periodismo, tienen un lugar muy importante las voces de quienes denuncian. Pero también sabemos que queda ahí. Es el estallido, el caso. Pareciera que no podemos ver esa trama que compone un tejido dentro de la Iglesia católica, que estos no han sido casos aislados, por su magnitud, por la cantidad que vemos que ocurren. Creo que esto es lo que hay que tener en cuenta como primer paso, que creo que en la Argentina todavía no hemos llegado a abordar. Quizás en otros países se han hecho investigaciones más profundas. Lo hemos visto en Irlanda; en el caso de Estados Unidos, en Boston. En algunas diócesis o en algunos lugares muy puntuales ha tenido una profundidad la pesquisa de querer saber que esto no era un cura por acá, otro por allá en una congregación, en una escuela. Creo que eso es lo que todavía nos falta: poner un tamiz que nos permita mirar con más claridad la magnitud del fenómeno.
Algo que me parece importante destacar en Argentina es que no tenemos estadísticas de cuántos han sido denunciados. Hay redes de sobrevivientes que están llevando adelante, tal vez, la contabilidad, pero a mí me costó llegar a un número. Sí hay un dato del 2019 donde se contabilizaban al menos sesenta y seis religiosos, la mayoría denunciados sin condena, y solo tres de ellos sancionados por la propia Iglesia con el máximo castigo que puede recibir un cura, que es la expulsión del sacerdocio. Entre esos tres expulsados, en el 2019 no estaba Julio César Grassi, que ha sido uno de los casos con mayor repercusión en los medios porque era un sacerdote que fue condenado y tiene condena ratificada por la Corte Suprema de la Nación por abuso sexual, pero nunca fue sancionado dentro de la Iglesia católica. Y el caso es muy emblemático porque era un cura que tenía mucho apoyo de gente del poder en Argentina. Tenía un hogar donde iban sobre todo chicos que estaban en situación de mucha vulnerabilidad, en situación de calle. Algunos de esos chicos, creo que, en dos casos, se ratificaron las condenas y tuvo enorme repercusión en los medios, porque Grassi era un personaje que transitaba los programas periodísticos donde iba el poder. Las comunicadoras más famosas, como Susana Giménez, había hecho algún tipo de acuerdo económico en algún momento para recaudar, bajo el nombre de la fundación de Grassi, dinero a través de un juego en su programa.
Esto, como primera introducción. No tenemos estadísticas claramente de cuál es la magnitud y cuánto se ha corrido este posicionamiento de la Iglesia. No los termina expulsando a quienes incluso son denunciados. Después hablamos de la protección que han tenido, sistemática. Y, finalmente, esta cuestión que de sesenta y seis religiosos —aunque la mayoría en ese momento, en 2019, estaba sin condena— solo tres habían sido expulsados de la Iglesia católica.
CASOS
Algunos casos que me gustaría compartir con ustedes por características que los hacen, para mí, interesantes.
Primer caso: en el año 2004, conocí una denuncia de un adolescente de quince años que había sido abusado por parte de un sacerdote de la diócesis de Quilmes, que queda en la zona del conurbano bonaerense, en las afueras de la ciudad de Buenos Aires.
Yo conozco el caso en el año 2004 y había ocurrido dos años antes el episodio. Me pongo en contacto con la madre —ya ahora no recuerdo cómo me puse en contacto con la mamá— pero ¿cuál era la particularidad? La mamá era una mujer muy… Sigue siendo, hablo en pasado porque hablo sobre ese momento, pero sigo teniendo contacto cada tanto a pesar del paso del tiempo, algunas veces he cruzado mensajes con ella. Era una mujer muy católica. Muy católica y comprometida, era catequista, era dirigente de grupos juveniles, integrante de varios movimientos católicos, hermana de un diácono, hija de una legionaria de María que atendía una santería y visitaba enfermos en hospitales… Para que se den el contexto en el cual ocurre.
Ella era viuda, y, entonces, cuando su hijo era adolescente, pensó que, a través de este cura que era conocido de la familia, podía enseñarle educación sexual, hablar de sexualidad a su hijo. Entonces, lo invita a cenar, y el cura —Pardo se llamaba— tiene una primera charla con este adolescente. Y después de la cena le propone a la madre si se podía ir a dormir a su casa. Los fondos de la casa de ellos daban a lugar de la diócesis de Quilmes donde vivía. Y en esa noche, cuando se va a dormir, la madre dice: “Bueno, va a seguir hablando”, como parte de ese objetivo que ella tenía de que este cura hiciera ese rol paterno. Lo invita a la cama, se le mete en la cama y ahí ocurre que lo empieza a manosear, que lo masturbara, que se masturbara, etc. Este chico queda paralizado por toda la situación, con plena conciencia de que estaba siendo abusado. Y cuando el cura después se levanta, termina de masturbarse en el baño, pero vuelve, lo invita nuevamente a la cama, él se queda paralizado, y cuando el cura se duerme, se escapa por los fondos. Vuelve a su casa y se lo cuenta a su madre inmediatamente. O sea, ahí no hubo —que a veces pasa— ese tiempo de silencio, más allá de que le había dicho, que es lo que suele pasar, que no contara.
La madre queda absolutamente conmocionada. Y lo que ella empieza es un camino dentro de la propia institución, esperando que la institución denunciara. Entonces, esto me parece que es lo interesante en este caso, porque llega incluso al mismo tribunal canónico de Buenos Aires y al propio Arzobispado de Buenos Aires, que lo encabezaba, en ese momento, monseñor Bergoglio, quien es hoy el papa Francisco. Y ella no encontró en ninguno de esos recorridos que se abordara la pedofilia como un delito penal. En ese momento, ese cura, que se llamaba Rubén Pardo, tenía cincuenta años. Y ahí es interesante pensar los antecedentes que tenía. Primero, la madre habla con el obispo, y fíjense lo que le dice: primero, se ampara en su derecho de no denunciarlo en los tribunales. Solo le aplica una amonestación por violar el celibato — y esto está todo documentado—, porque el cura reconoce su acto. Luego, inicia un proceso dentro del ámbito canónico y lo exhorta a mudarse de la jurisdicción parroquial y abstenerse de celebrar misa por un mes y de realizar declaraciones públicas o privadas sobre el tema. En esa amonestación nunca se califica el abuso como un delito, simplemente lo consideran como una infracción al sexto mandamiento del decálogo: no fornicar ni cometer actos sexuales impuros. Fíjense el encuadramiento. Estamos hablando del año 2004.
Otro dato importante es que la Iglesia, la diócesis, el obispado, sabía perfectamente las condiciones de este cura. ¿Por qué? Lo sabían porque había sido separado del seminario por el director, que, en ese momento, era el monseñor Marcelo Daniel Colombo, que en los años 2000 estaba a cargo de la Catedral de Quilmes, donde ocurría esto. Pero lo habían separado de este seminario por sus conductas inapropiadas en ese seminario. Ahí ya hay antecedentes de que algo pasaba con ese cura.
¿Saben qué cargo ocupa hoy Colombo, que era quien estaba a cargo de ese seminario, que lo había separado a Pardo, pero que finalmente había sido ordenado por el monseñor Novak, obispo de Quilmes? Hoy es el arzobispo de Mendoza, que es otra provincia importante de Argentina, pero, además, es vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal. Estas piezas, si uno empieza a mirar con una lupa, encuentra quiénes fueron artífices de la protección en este caso. Traigo este caso, pero todos han tenido esta articulación de protecciones institucionales. Me reía porque, buscando sobre Colombo, encontré que era arzobispo de Mendoza y su lema episcopal es “Conságralos en la verdad”. Y uno encuentra ahí la hipocresía de la Iglesia católica. Este sacerdote venía de una orden religiosa, los Camilos, de la cual había sido separado porque no tenía las condiciones para la convivencia religiosa. Aparecen estos eufemismos. Yo no sé qué es la convivencia religiosa, no sé cuáles eran sus inconductas en el seminario, pero esto es lo que en ese momento pudimos rastrear a través de la investigación que había hecho la madre de este adolescente.
Otro sacerdote, el padre Isidoro Senda, le dijo a la madre: “Se confirmó, hija, lo que más o menos diez sacerdotes le dijimos a Novak —que era el anterior obispo de Quilmes— cuando le advertimos que no era una persona adecuada para el celibato, y él lo ordenó igual”. Es decir, hubo un montón de señales. Sin embargo, la jerarquía católica no las quiso tomar en cuenta. Fíjense que en este caso el obispado le ofreció a la madre y al hijo hacerse cargo de un tratamiento psicológico. Se lo pagaron durante cuatro meses hasta que ella les pasó también los gastos de una consulta jurídica, y ahí se cortaron los pagos. La mamá todavía no se había quitado el velo de lo que era la institución religiosa. Ella creía todavía en la institución religiosa. Entonces, lo que ella esperaba es que la denuncia proviniera de la misma Iglesia. Es cierto que, de acuerdo al ordenamiento jurídico argentino, un delito como el abuso sexual lo tiene que hacer la propia víctima, salvo que un docente esté a cargo, constate o tenga sospechas, pero, en este caso, tendría que haber sido la propia madre. Pero ella esperaba que sea la institución. Al final, hace la denuncia en febrero del año 2003. A este hombre se le dio refugio en otra diócesis, pero nunca fue expulsado de la Iglesia católica, hasta que muere en el año 2005.
Este caso tiene la singularidad de que fue en el año 2013 el primer juicio que en la Argentina tiene que pagar la Iglesia católica en el fuero civil, porque la madre, la familia hace una demanda civil contra el obispado y le pagan una indemnización. O sea, gana el juicio por daños y perjuicios, y es el primero de estas características en el cual hay una víctima de abuso sexual cometida por un cura. Entonces, lo que vemos en este recorrido, en este caso del cura Pardo, es, primero, todas las señales que tuvo la Iglesia. ¿En cuántos otros casos que no sabemos también están esas señales de que la conducta que tiene quien está haciendo el seminario roza el delito? Porque acá no sabemos estos eufemismos que se van usando para considerar que no está en condiciones de asumir el celibato o la convivencia, como se diga. ¿Cuáles fueron esas expresiones? Y por el otro lado, esta minimización de lo que significa. La amonestación, la suspensión por un mes, el traslado, lo que hemos visto en otros casos. El traslado permanente, el tapar, el silenciar, pagar un poco para silenciar.
El segundo caso que quiero comentar con ustedes ocurrió en un colegio de la orden Marinista de la ciudad de Buenos Aires, un colegio de clase media. Dos jóvenes denunciaron a un profesor. Los abusos que sufrieron ocurrieron cuando ellos tenían trece años durante un campamento de fin de curso organizado por el colegio y también dentro de la propia sede del colegio. Pero ambos alumnos denunciaron después de una década de ocurridos los hechos. En el caso de uno que conocí con mayor cercanía, Sebastián Cuattromo (doy su nombre porque hoy es un activista contra los abusos sexuales en general, Adultxs por los Derechos de la Infancia se llama la organización), hablé muchas veces con él. Él tenía muchas dudas de hablar. Había hecho la denuncia, pero fíjense cómo quisieron imponer una cláusula de confidencialidad para que no hablara. Y me hacía acordar a todo lo que pasó en Boston, que lo vimos en una película.
En este caso, este docente llamado Picciochi, termina dejando la orden. Estuvo prófugo y finalmente es condenado, y recibe una condena de doce años de prisión por estos casos en la Argentina. Pero cuando los dos jóvenes deciden denunciar penalmente, ¿qué se encontraron en el instituto? El instituto inició un proceso de mediación y les propuso una indemnización a cada uno de cuarenta mil dólares en concepto de daño moral, psicológico y psiquiátrico para solventar un tratamiento terapéutico en el marco del acuerdo. Incluía la cláusula de confidencialidad, que los obligaba a mantener los hechos en silencio.
Muchas veces, cuando yo me reunía con Sebastián Cuattromo, me traía todos los papeles, y después me llamaba y me decía: “Pero no, no quiero que se publique”. Porque tenía esa dualidad entre lo que significaba esa cláusula de confidencialidad, el temor que tenía. Él incluso hizo una demanda o una presentación en la Defensoría del Pueblo de la ciudad de Buenos Aires que puso en cuestión ese acuerdo de confidencialidad. No era la Justicia, porque es un organismo que no pertenece al ámbito de la Justicia, pero eso le había dado cierta tranquilidad a él. Y creo que este caso lo tiene de interesante es esto: los mecanismos que se ponen en juego cuando aparecen los casos. ¿Qué hacen las instituciones, en este caso, una institución religiosa? Y me parece interesante también que cuando hablaba con Sebastián, que era un joven que hoy tiene más de cuarenta años, en ese momento en que me venía a ver y me contaba del caso, no tenía apoyo de la familia. Ningún apoyo de la familia había encontrado, profesionales también, y se encontraba tan en absoluta soledad para llevar adelante… Él incluso detectó que este hombre estaba prófugo en Estados Unidos, fue al FBI, a la oficina de acá, para pedir la extradición… O sea, se ocupó de forma personal. Y me acuerdo de que cada vez que hablaba con él le decía: “Vos tenés que hacer algo con todo esto”, porque yo lo veía muy entrampado en toda la historia. Y me alegro de que finalmente pudo resignificar, armó una pareja con otra mujer que también había tenido situaciones de abuso y hoy recorren el país en una organización, como les decía, que se llama Adultxs por los Derechos de la Infancia.
El tercer caso que quiero comentarles es el de otro cura, Héctor Ricardo Giménez, de la provincia de Buenos Aires, de una localidad muy chiquita que queda cerca de la capital de la provincia de Buenos Aires, City Bell, donde tenía su parroquia. Y en este caso, Julieta Añazco, una mujer adulta, lo denuncia en el año 2014, tres décadas después de que abusara en campamentos de verano, cuando ella era niña. Estos hechos habían ocurrido en 1980, 1981, 1982. Un día, pasando por la parroquia, empieza a recordar los hechos. Los había borrado completamente. Y en esos campamentos se les metía en la cama; cuando las bañaba, las tocaba. Eran nenas de unos ocho, diez años. Cuando ella empieza a meterse en la Justicia contra él, encuentra que había quejas y denuncias desde el año 1960 contra este cura. Dos causas judiciales a partir de 1981, frente a las cuales la Iglesia, sistemáticamente, había hecho oídos sordos. Incluso, al parecer, por el rastreo que ella hizo, había tenido una condena en la década del 90.
Creo que esto es importante señalar por estas cuestiones: cómo la protección permite que se siga abusando, que haya otras víctimas. Acá, Julieta y sus abogadas hicieron un cálculo de cientos de niñas, por estos campamentos que se hacían año a año. Era la única posibilidad de una salida de verano para estas niñas por el sector social al que pertenecían. Julieta localizó al cura cuando ella empieza a recordar el hecho y decide denunciarlo a la Justicia, y descubrió que estaba al frente de una capilla de un hospital en la provincia de Buenos Aires. Con organizaciones de mujeres le hacen un escrache, como le decimos en Argentina, una manifestación para denunciarlo. Esto tiene repercusión en la prensa, yo recuerdo haberlo cubierto en aquel momento. Entonces, lo llevan a recluirse a otra localidad más alejada y después termina viviendo en un asilo de la Iglesia. La Iglesia le da asilo. Las causas quedan prescriptas por el paso del tiempo, porque, claro, habían pasado treinta años. Acá, en Argentina, se modificó la legislación con relación al abuso, y la última, de hace pocos años, creo que fue en 2017, empieza a correr a partir de que la persona denuncia la prescripción. Pero antes era un tiempo, el tiempo de la condena. Si eran ocho años de ocurrido el hecho, ocho años después ya estaba prescripto. Y lo que permitía era la completa impunidad, porque sabemos lo que significa para las víctimas. Es raro, como el primer caso que yo les cuento, que vayan y relaten en el momento a la familia. En general, pasa el tiempo, cada víctima tiene sus tiempos para poner en palabras, sobre todo cuando ocurre en un ámbito tan cercano, de alguien de confianza, de la cercanía y con la amenaza que siempre está latente, que imparte quien comete este tipo de delitos. Este tema de la prescripción es un gran tema. Ahora, en Argentina, hay todo un movimiento de sobrevivientes de abuso sexual, no solo ocurridos por parte de religiosas o religiosos, sino en general, que están pidiendo, por un lado, juicios por la verdad. Es decir que más allá de que estén prescriptos, porque la ley se modificó, pero la ley no es retroactiva, sino que es hacia adelante, esta posibilidad de que la prescripción le empiece a correr desde la denuncia. Por ejemplo, una persona denuncia a los veinte años y a partir del tiempo en que rompe el silencio y hace la denuncia empieza a correr la prescripción del delito. Si son ocho años, tiene ocho años para llevar adelante esa causa, pero no es retroactivo. Entonces, para los casos que ocurrieron con anterioridad, se están llevando adelante juicios por la verdad, como en la época de la última dictadura militar contra los genocidas, que, en un momento en el cual había una legislación que impedía juzgarlos por lo que se llamó la Obediencia Debida y de Punto Final, se empezaron a abrir estos juicios por la verdad. Aunque no hubiera castigo penal, lo importante o reparador para las víctimas era que la Justicia les crea y que quede asentado lo que ocurrió, saber la verdad, saber qué había ocurrido, incluso para los familiares, en el caso de los desaparecidos en la Argentina. Y también ya hay antecedentes de algunos juicios que se siguen adelante a pesar de que la defensa alega la prescripción en virtud del interés superior del niño o la niña. La Convención Internacional de los Derechos del Niño, entonces, se pone en ese marco, que en Argentina es uno de los tratados constitucionales, y esto ha permitido romper esa trama que la Justicia imponía de impunidad sabiendo las características propias de estos delitos, donde se demora en hablar, en denunciar, donde el paso del tiempo juega absolutamente en contra. Pero acá, lo que jugaba —sin duda todavía juega en contra— es este tema del sistema judicial.
¿Qué paso con este caso, con el caso que les denunciaba este juez? Fue amparado por la Iglesia en un asilo, pero por el activismo de las organizaciones de sobrevivientes hubo un pronunciamiento del Arzobispado, del área que le corresponde, con cierto castigo. No estamos hablando de castigo penal, pero cierto castigo dentro de la Iglesia. Lo que sí, en el 2018, apareció una nueva víctima, un señor adulto de cincuenta y cinco años, que también lo denuncia, y ese contexto lo que permite es que se le extraiga sangre para figurar en el registro de abusadores de Argentina, que es un registro relativamente nuevo, y después también se archiva la causa. Son algunas de las características cuando estos casos tienen tantos años, cuando ha pasado tanto tiempo, cuando la Justicia no está dispuesta a investigar.
Y el cuarto y último caso que quiero comentar es sobre un caso reciente. Acaba de tener condena hace poquitos meses, este año, en una provincia del norte de Argentina, en la provincia de Salta, con una gran ascendencia católica. Cuando miramos el mapa de Argentina, sabemos que, en el norte, el noroeste sobre todo, la Iglesia católica tiene una ascendencia muy fuerte. Tan fuerte que es el primer caso que llega a juicio, este, que les voy a comentar, que es el del cura Agustín Rosa Torino. Fue denunciado por una ex monja y dos novicios por abuso sexual. ¿Por qué me parece interesante este caso? Lo que quiero destacar es el testimonio de Valeria Zarza, que fue la ex monja que lo denunció.
La entrevisté varias veces, incluso su testimonio está en mi último libro, en Yo te creo, hermana. Porque tiene otras características, más allá de la situación de abuso, que fue un manoseo en el caso de ella. Su relato comprende todo el elemento del control y la opresión, y sobre todo para las mujeres que forman parte de la congregación. Este hombre, este cura, fue expulsado de la Iglesia en este último tiempo, y su congregación, intervenida. Las reclutaban, a ella por lo menos, pero buscaban a chicos y chicas jóvenes en situación de vulnerabilidad familiar, podríamos decir. En el caso de ella, la reclutan —ella habla de reclutamiento, usa ese término— en el año 97 por medio de un grupo de oración carismática. Ella tenía veintitrés años. Una persona conocida la invita a una misa de sanación, donde iba este cura. Ella relata que tenía una muy mala relación con su mamá, estaba muy deprimida, y le ofrecieron vivir en comunidad y, de alguna forma, tener una familia. Ella andaba muy sola. Creo que ahí hay algo que hay que pensar, porque hay también una trama o tal vez una matriz en quiénes resultan víctimas, esta idea de jóvenes o adolescentes en situación de vulnerabilidad por distintas razones. Ella había tenido algunos intentos o por lo menos pensamientos suicidas, y la idea de tener una familia le resultó tentador, y se fue a formar parte de esta congregación. Hizo todos los estudios respectivos para convertirse en monja. Fíjense: el cura les imponía desde una tela gruesa para el hábito —y se morían de calor, porque Salta queda en el norte de Argentina, donde hace mucho calor en verano, sobre todo—, hasta les elegía la ropa interior, qué ropa interior podían usar y cuál no. Había hermanas, me contaba Valeria, que les salían hongos detrás de las orejas porque, como no las dejaban estar con la cabeza descubierta, entonces, cuando se bañaban tenían que ponerse el velo con el pelo mojado, y, entonces, les salían hongos detrás de las orejas. Esa escena o esa imagen de imponerles… Tiene que ver con calidad de vida. Fueron cosas que me llamaron muchísimo la atención. Me contaba de la tela, que era gruesísima. Claro, el hábito era un signo de penitencia, en cambio, los varones podían andar en remera y en bermuda si hacía calor, y usaban el hábito de vez en cuando. Las mujeres no podían usar ropa interior de cualquier tipo. Solo de algodón y blanca o color cremita, porque si no, decía Rosa, incitaban a la lujuria. La lycra, según él, causaba excitación. Parecen tonterías, pero me parece que tiene que ver con todo ese esquema de control y sobre todo en la vida de las mujeres.
En este caso, a mí me pareció interesante el relato porque a las mujeres que vivían en la congregación les controlaban la comida. Eran las que peor comían en el reparto. Ellos tenían un voto de pobreza, y, entonces, les entrenaban para ir a pedir a la verdulería, en el mercado, y vivían de todas esas donaciones, y la peor comida les tocaba a las mujeres, que a veces pasaban hambre. Entonces, iban a robar a la alacena o donde tenían el depósito de comida, y después tenían que confesarse con una culpa tremenda. Son como aspectos que a mí me conmueven enormemente.
Ella decía: “Como no teníamos formación éramos muy manejables. Había jóvenes de Argentina y de otros países, muchos desvinculados de su familia, como yo. Algunos sentían que tenían vocación religiosa, otros encontraban en la congregación techo y comida, un poco de prestigio y algo de educación. Los captábamos en retiros. Eran chicos vulnerables. Vos creías que les hacías un bien porque los acercabas al reino de Dios”.
Ella creía efectivamente en que estaban haciendo el bien. “Las mujeres de la congregación tenían que lavar la ropa de los varones, incluso los calzoncillos y las medias. Las monjas limpiaban las casas, buscaban la donación de la comida. ‘Los últimos años fueron así: los hermanos se dedicaban a predicar, las hermanas a lo domestico’”. Fíjense esta división sexual del trabajo incluso dentro de la congregación. Ellos conseguían que la gente les regalara escrituras de sus propiedades. Esta congregación tenía propiedades en Chile, España y México, además de Argentina. Fue intervenida, como yo les decía, por el Vaticano, incluso expulsada. No sé ahora en qué estará.
Ahora, cuando Valeria se quiso ir, tomó conciencia, la mandaron a un psiquiatra que era conocido, la llenaba de pastillas, le daban calmantes y durante mucho tiempo estuvo como atontada. La trataban de loca, la mandaron a otro lugar alejado donde no le daban tareas, con esta idea de volverla loca por no hacer nada. Estuvo dieciocho años en la congregación, dieciocho años de su vida desde los veintitrés años. Son esos recorridos que cuando uno coloca la lupa encuentra estos escenarios con distintas expresiones de la tortura. Porque esta era una tortura psicológica, podríamos decir, además de otros aspectos de una violencia simbólica muy fuerte, además de lo que puede ser el abuso físico. Acá había un maltrato que tomaba distintas dimensiones.
Me parecen interesantes cada uno de estos casos, en distintos momentos de los últimos veinte años en la Argentina, con sus características. Tal vez, en este último, uno podría decir que hay un cambio. ¿Por qué? Porque fue intervenida esta congregación por el Vaticano y fue expulsado Torino. Ahora está preso, con una condena alta. Pero quiero decir que es donde tal vez vemos algún cambio por parte de la jerarquía católica. Tal vez, no me atrevería a afirmarlo, pero sí es distinto a lo que sucedía en los hechos que yo les relataba de los primeros años.
Yo creo que estos casos han tenido eco en la prensa. Hemos visto, sobre todo en el último tiempo en Argentina, el Próvolo, que ha sido tan escandaloso por todas las características de lo que significaba abusar de personas de extrema vulnerabilidad por las propias características de las víctimas, que eran sordas, niños sordos, donde los sacerdotes y los religiosos y religiosas involucrados tenían antecedentes. O sea, ahí se ve con claridad. Los trasladaron de Italia, de una forma tan grosera, podríamos decir. Ahora, yo lo que entiendo es que se tapa el escándalo mientras se puede. De alguna forma se intenta tapar: los traslados, envíos a espacios supuestamente terapéuticos que había en Argentina también para mandarlos a los curas a curarse, a los pedófilos, supuestamente, con esa idea. Pero la diferencia es que, en este último tiempo, cuando el escándalo ya es imparable, no hay una jerarquía católica que ampare. Me da esa sensación, que vemos ese cambio con relación a las transformaciones que ha intentado hacer Francisco al interior de la Iglesia y con los mecanismos con la tolerancia 0 con los abusos y las respuesta institucionales. Lo que pasa es que es cierto que uno habla de jerarquía católica, pero no es tan así. Hay cierta independencia en las diócesis. Una cosa es un colegio religioso, una escuela, un seminario. Hay distintas capas. No es que es el Gobierno tan claramente, más allá de que puede intervenir y hay directivas. ¿Pero cuál es el control efectivo que hay con relación a lo que sucede en las congregaciones? Me parece que este es otro de los grandes problemas. Pareciera que cualquiera, como por ejemplo este cura Torino en Salta, crea una congregación, empieza a acumular poder. Cuantos más sacerdotes tenés, más parroquias tenés y todo lo que significa en torno al dinero que pueden mover. ¿Quién controla efectivamente todo ese movimiento? Me parece que ahí hay algo en el sentido de que son casos que tienen alta repercusión en los medios de comunicación, que generan alta indignación. Sobre todo, creo que hay una audiencia mucho más empática con las víctimas. Creo que esto es parte de la transformación que nos deja el movimiento Ni Una Menos, lo que ha sido en Argentina la revitalización de los feminismos en Argentina en los últimos años, sobre todo a partir del 2015 con el surgimiento del movimiento Ni Una Menos; la denuncia de Thelma Fardín, lo que ha significado para mover los velos del silencio frente al abuso sexual. En general, el abuso sexual ocurrido en la infancia. Esto ha generado una escucha mucho más empática frente a las denuncias de abuso sexual en general, y en particular a los casos religiosos. Creo que son de esos temas, como los casos de femicidio, donde hay una masa crítica muy grande a nivel social que repudia sin fisuras y que quiere saber. Me parece que eso también es parte de la transformación, lo que logramos, podríamos decir, lo que se logró. Lo que ya no nos comemos como sociedad, este cuento de la misericordia de los curas o de sus tentaciones, como en algún momento se hablaba con ese eufemismo. Me parece que ahí sí hay una transformación.
Cuando yo empecé a escribir sobre estos temas, me acuerdo de que Fortunato Mallimaci, que es un reconocido investigador especializado en la sociología de la religión y en creencias, me dijo una vez —estoy hablando de hace más de quince años—: “Acá habría que poner un 0800 para recibir denuncias de abuso sexual eclesiástico”. ¿Por qué? Porque creo que, así como en el primer caso que yo les decía —más allá de que ocurrió hace veinte años—, Beatriz, así se llama la mamá de ese adolescente, empezó ese camino, a desandar ese camino, a romperlo, pensando que la institución la iba a acompañar desde su lugar de creyente. Me parece que hay que allanar los caminos para la denuncia. Es fundamental el rol que han tenido en estos años las redes de sobrevivientes, el acompañamiento, el sostenimiento, porque sabemos que el camino de la justicia es muy engorroso, lamentablemente. No es amigable. A víctimas de abusos sexuales se les hace pericias primero a ellas antes que a quienes están denunciados. Creo que es el único delito en cual las víctimas son periciadas. Uno, si denuncia que le robaron el auto, no lo perician para ver si fabula, si está manipulando información o tergiversando los hechos. Sin embargo, quien denuncia abuso sexual, por lo menos en Argentina, va a ser sometido a una pericia psicológica y psiquiátrica para ver cómo está su cabeza. Entonces, por un lado, yo creo que es importante allanar los canales de denuncia, y por el otro lado, sin dudas la educación sexual integral-ESI.
La ESI cumple ahora quince años la ley en Argentina. Y sabemos que la educación sexual integral, a pesar de que hay sectores conservadores católicos y evangélicos que militan en contra de la educación sexual integral, el movimiento Con mis hijos no te metas, entre otros muy potentes en la articulación regional, sí es una gran herramienta y se está implementando con el compromiso sobre todo docente y el activismo feminista. En el lema de la campaña nacional por el derecho al aborto, uno de los ejes era el reclamo por los anticonceptivos para no abortar. Educación sexual, aborto legal y los anticonceptivos. Entonces, ¿qué encontramos con la educación sexual? Y ahí, ¿qué pasa en los colegios católicos? Creo que ahí, aunque podemos encontrar grises —no hay una política, seguramente, homogénea—, sí hay un fuerte posicionamiento en contra de la educación sexual desde una perspectiva integral. Ahí me parece interesante la experiencia del año pasado, cuando salieron a la luz las denuncias que hicieron exalumnas y exalumnos de los colegios de la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino, Fasta, que es un grupo católico integrista, con estrechos vínculos con la última dictadura militar, que recibe subsidios del Estado. Tienen más de veinte colegios a lo largo y a lo ancho de la Argentina, han ido comprando colegios de otras congregaciones que entraban en crisis económica. Eso es un fenómeno interesante. Tienen colegios de los tres niveles, tienen formación docente y tienen hasta una universidad en la ciudad de Mar del Plata. Ahí fue interesante el tema de las redes sociales como canal que facilita la denuncia. Ellos armaron un perfil de Instagram y exalumnos y exalumnas empezaron a contar distintas situaciones. Algunos, de abuso sexual, pero otras tenían que ver con el maltrato y la violencia psicológica y simbólica, sobre todo a quienes no respondían al modelo de la heteronormatividad: varones más femeninos, podríamos decir, o quienes no respondían a esa fórmula o a extranjeros incluso. Y maltrato físico en el sentido de sobre ejercitarlos físicamente como castigo. Recuerdo el testimonio de una de ellas, que ahora es una mujer transexual, que fue alumno, en su momento como varón, en uno de los colegios de esta fraternidad. Ella escribió en este perfil, pero después la pude entrevistar: “Hubo varios profesores que eran famosos por tocarnos demasiado y, misteriosamente, siempre se acercaban a la cremallera del pantalón. Yo fui a uno de los colegios, soy transexual, y creo que mi identidad de género siempre fue un poco obvia, por lo que me hicieron pasar ocho años de un verdadero infierno. Me sometieron a incansables castigos físicos, varios terminaron en lesiones físicas, muchas hasta me dejaron marcas visibles y cicatrices horribles, pero las heridas más grandes y profundas me las hicieron en el alma. Víctima del odio de esta gente, me humillaron hasta el cansancio, hasta que en tercer año del secundario convocaron a mis padres y les dijeron que me hacían el favor de no correrme en papeles, pero que me tenían que sacar de la institución porque yo atentaba contra la doctrina de Dios y de la patria”.
La educación sexual creo que es una herramienta muy potente, pero ¿qué pasa cuando desde la educación sexual se reproducen estos estereotipos de género o estas agresiones donde, por ejemplo, en las escuelas Fasta, en los propios manuales, no se recomienda el uso del preservativo, se descalifica a las personas homosexuales, a las feministas? Creo que ahí hay un arma de doble filo. Y, en ese sentido, la ley tiene un artículo, que es el artículo 5, que permite que puedan adaptar los contenidos al ideario institucional. Recuerdo que en el año 2018, después del debate del aborto en Argentina, cuando se perdió en el Senado, había habido coincidencias, o por lo menos los puntos de encuentro en el debate tenían que ver con que “necesitamos educación sexual para prevenir los embarazos no planificados, no intencionales”, decían quienes estaban a favor de la despenalización del aborto y, sobre todo, quienes estaban en contra, que decían: “Nos falta educación sexual”. Entonces, hubo todo un movimiento acá en Argentina de querer reformar la Ley de Educación Sexual Integral sacando ese artículo 5. Y recuerdo ese día que se iba a sacar dictamen, fue en septiembre, y hubo toda una movilización hasta con vírgenes en el Congreso, el movimiento Con mis hijos no te metas… Había toda una campaña de fake news a través de mensajes de WhatsApp, de audios donde daban cuenta de que la educación sexual convertía a los hijos en transexuales, los obligaban a usar a los varones, en el jardín de infantes, ropa de nena; a las nenas, ropa de varón, unos audios tremendos, que les mostraban películas pornográficas. Y esto se difundía con esas fake news. Esos mensajes están hechos con la intencionalidad de que la gente se los crea, porque “yo ya lo vi en la escuela tal”, sobre todo en los movimientos de iglesias evangélicas. “Bendiciones, bendiciones”, decían los mensajes.
Y algo que me parece interesante compartirles, es que encontré un material de una investigación que se hizo a partir de entrevistas a quienes dieron la capacitación a docentes en un municipio de la provincia de Buenos Aires, San Miguel, que es un municipio considerado como muy conservador —acá podríamos decir “provida”, hasta no sé si tiene la declaración institucional por parte del Consejo Deliberante como “provida” —. Quien hizo la investigación es Sonia E. González, de la Universidad Nacional de General Sarmiento, y lo que encontró entrevistando a quienes habían dado las capacitaciones que dio durante varios años el Ministerio de Educación de la Nación —capacitaciones masivas para incorporar la educación sexual integral— es que un capacitador contó, de parte de quienes habían participado de estas escuelas de este municipio de escuelas católicas, que hicieron un proyecto institucional de ESI, y al momento de hablar de enfermedades de transmisión sexual ponían fotos que ni en el equipo de infectología de un hospital las usan ya para trabajar. Decía: “Vos a los pibes no les podés mostrar genitales infectados, tomados por las infecciones de transmisión sexual, y decirles a los chicos: ‘te vas a contagiar’. Y al momento de hablar de las formas de prevención, decían: ‘El DIU es abortivo’, ‘el preservativo te da alergia’, no decían que hay preservativos que no dan alergia”. O sea, no daban otra opción. Lo que sí se observa en las escuelas —aunque aclarando que puede haber grises y algunas escuelas pueden tener un abordaje mucho más abierto—, sí hay esta bajada contra el uso del preservativo, el desprecio a las personas homosexuales y lesbianas, hablar incluso de enfermedad en esos casos y de los anticonceptivos, como el diu, como abortivos, la reproducción de los roles de género, el temor de que si se habla de estos temas se favorece la iniciación sexual, en lugar de pensar que hablar del tema ayuda a prevenirlo. Y con relación a los abusos sexuales, sí creo que es importante lo que ha significado la ESI en la Argentina con múltiples ejemplos de testimonios que han surgido en las aulas, que está documentado, de empezar a contar situaciones de abuso a partir de que se habilita la palabra, de docentes que habilitan la posibilidad de hablar del tema. Y, además de la capacitación a docentes, están más atentas o atentos a lo que puede decirse, aunque no se diga. Creo que acá hay factores que han favorecido: la presencia de un Estado en el que, sobre todo antes del gobierno de Macri, se dieron capacitaciones masivas a tantas docentes y que favoreció esto. Aunque sabemos que todavía hay obstáculos, hay una presencia cada vez mayor de la ESI, de la educación sexual integral.
Creo que poner el tema en agenda es muy importante, tal vez ver cómo articular con los medios de comunicación, las redes de periodistas feministas. La sanción del derecho al aborto fue una construcción social de muchos años, con lo que significaba aprobar la interrupción voluntaria del embarazo, sabiendo que el papa Francisco es argentino, el temor de políticas y políticos de hablar del tema aborto, todo lo que significaba. Sin embargo, hubo una construcción colectiva transversal de muchos años que permitió llevar este tema al Congreso. Y ahí creo que las periodistas feministas tuvimos un rol muy importante, no solo quienes tal vez empezamos antes, antes del 2008, al poner este tema en agenda, cuando era un tema menor, marginal, que no aparecía, pero que éramos unas poquitas que sistemáticamente cubríamos los casos de muertes por aborto o el debate o poníamos, de una u otra manera, el tema en agenda. Hay que lograr sacar esto de los casos aislados, esta idea de los casos que aparecen un día acá, un día allá. Favorecer también la posibilidad de tener más información, de tener un mapeo más claro de cuántos son los casos que hay realmente denunciados, cuántas son las denuncias, las que avanzaron, el acompañamiento a víctimas también creo que es otro factor importante, a las familias. Porque muchas veces en los lugares más alejados de los centros urbanos es mucho más difícil, donde la Iglesia tiene una presencia más poderosa de lo que significa la parroquia o el cura para poder vencer el temor a denunciar, las amenazas. Me parece que hay que pensar una estrategia articulada de comunicación, por un lado, de investigación con relación a las situaciones para pensar un proyecto, como sé que el objetivo de ustedes es avanzar con un proyecto legislativo para pensar esa articulación y poder incluirlo… Más allá de que sabemos que una ley no cambia, que una ley es parte de una pedagogía. Pero creo que en esa construcción hay que tender estos puentes, hay que armar esta matriz y lograr pensar que esto no es un cura que pasó, sino que hubo una institución que favoreció, porque frente a las alertas que hubo, como yo les relataba, no tomó decisiones o no controla sus propias instituciones. ¿Cuál es la autoridad para investigar qué pasa adentro? Y, sobre todo, exigir la educación sexual integral. Creo que eso es una gran herramienta transformadora a largo plazo, claro, pero que es un derecho para las niñas, niños, niñes, y, en ese sentido, se debe reclamar que se aplique efectivamente en las aulas, más allá del ideario institucional.
Me parece que ahí hay un tema importante, que sin duda la sociedad está preparada, está sensibilizada. Creo que es un momento interesante para poner este tema en agenda.
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