Por Gabriela Merayo
En el 2002 en un año de teología en San Pablo conocí la teología feminista, fue amor a primera vista. La elegí como tema de una monografía final para poder investigar todo lo que pudiera sobre ella. Me devoraba los libros que me llegaban a la mano e iba recorriendo cada semana la biblioteca buscando entre los libros más pequeños y ajeados para encontrar siempre algo más. Ese encuentro cambió muchas cosas en mí pero sobre todo el abordaje bíblico. Desde los 17 años que veía a la Biblia más como palabras de hombres que de Dios pero hasta ese momento sólo separaba lo humano de lo divino, conseguía hacer la ruptura de lo que me habían enseñado como sagrado e intocable y estudiarlo como producto cultural, pero aún significaba para mí “palabras -diversas y contradictorias- de hombres” en general, sin que me llamara la atención ese universal.
Ya había dado el primer paso, necesario ciertamente pero pequeño aún, sólo pude dar el segundo cuando leí a las teólogas y biblistas abordando los textos desde la hermenéutica de la sospecha, dando pistas no sólo de un abordaje contextual sino de un abordaje desde la mujer.Elisabeth Schüssler Fiorenza fue mi mentora, ella no lo sabe, ni siquiera sabe que existo, pero su libro “En memoria de Ella” me hizo ver la luz. Mi formación fue autodidacta, no tuve profesoras ni ejemplos (hasta ese momento no los tenía), en esa época estudiaba un profesorado de ciencias sagradas y las teologías contextuales eran innombrables, en ese ámbito y en otros eclesiales eran el monstruo del apocalipsis, la destrucción del ‘orden preestablecido’. Hablar de lo que me gustaba estudiar o contar algo de lo aprendido, me sumergía en una infinita cadena de condenas por parte de profesores y compañeros. Había que tener oído y paciencia para escuchar todo lo que suscitaba en ellos una pequeña frase… Empecé pronto a notar la incomodidad que provocaba el cuestionar la mirada única, la estructura eclesial, el magisterio, comencé a ver con mayor claridad la distancia que existía entre teólogos y biblistas y más aún entre teólogos y teólogas y biblistas feministas, un verdadero abismo. De alguna forma esa hermenéutica que sólo podía ver en el papel comenzaba a manifestarse para mí en hechos diarios de machismo y clericalismo que hasta ese momento no había sido capaz de ver.
Seguí mi camino tomando con cierta liviandad los nuevos conocimientos, cuando se está sumergida dentro de una estructura muy rígida, sólo se emerge de verdad cuando se rompe con ella. En el 2006 conocí a mis queridas ‘Teologandas’ e incursioné en algunos de sus seminarios, era tan poco lo que podía recibir y absorber. Eran encuentros de sábados y yo tenía la mitad de los mismos ocupados por trabajo y como la teología no es considerada como tal por muchos no podía ir tiempo completo. Eran sólo migajas de amistad, apertura y conocimiento pero en ese momento eran para mí la brisa más fresca de la teología argentina.
Me fui a Brasil, entré en contacto con las teologías protestantes y la teología anglicana en particular y sentí haber encontrado mi lugar. El estudio sistemático de la teología en una facultad evangélica con profesores de diversas confesiones y el trabajo ecuménico e interreligioso me dieron un aporte único, el existencial, el del trabajo codo a codo, el del compartir con hermanos y hermanas sin fronteras de credos, luchando juntas y juntos por conseguir las mismas cosas, por ayudar a las mismas personas. Aprendí no sólo que la Biblia es un producto cultural sino que cada religión lo es, por lo tanto, ninguna puede asumirse superior o inferior a otra, ninguna puede llamar de sincrética a una si es que conoce su origen y se reconoce en él. Sé que no estoy descubriendo la pólvora, créanme, pero en esa instancia, sí lo hacía y la vivencia de esto cambió rotundamente mi experiencia ecuménica y religiosa, la transfiguró.
Recién en el 2016 y gracias a los muchos ejemplos que tuve de las comunidades de Vitória y Governador Valadares (en los Estados de Espírito Santo y Minas Gerais, en Brasil) y del CONIC-ES (Consejo Nacional de Iglesias Cristianas), de tantas mujeres y hombres cristianos que no dejaban el mensaje de Jesús sólo para el altar sino que lo hacían visible donde más se necesitaba me interesé por las ‘teorías’ feministas. Ya sabía que la teología o la biblia no podían responderlo todo (hacía mucho, claro…) pero no había encontrado aún el lugar desde donde respondería yo. Comencé a leer a pioneras de la literatura, filósofas, antropólogas y sociólogas, me dejé impactar y abrazar por sus historias, dejé que dieran respuestas a muchos de mis interrogantes y que abrieran muchas de mis heridas, para mirar mi historia y la de tantas hermanas ya no desde la victimización y resistencia sino desde la lucha por la transformación de las mismas.
Abro un paréntesis: No es nada fácil asimilar el feminismo porque al estar tan arraigado a nuestra cultura el machismo, está naturalizado socialmente pero peor aún internalizado en cada una. Por eso muchas veces hasta hoy me encuentro diciendo una frase machista o teniendo un pensamiento que puedo controlar antes de expresar. Es una lucha interna primero, con lo que hemos recibido y aprendido como ‘normal’, una deconstrucción de estereotipos y nuevas y multiformes construcciones, lucha que sigue con nuestra familia y con la sociedad toda después. Si una quiere estar inmaculada de machismos o tiene que vivir en una isla desierta o su entorno debe ser todo feminista, de lo contrario, vivirá alerta y siempre inmiscuida en discusiones con la familia, los amigos, la iglesia, la escuela, el ‘mercado’, la tv…y la lista sigue. Entiendo de alguna manera a las mujeres que le escapan a sumergirse en el tema, exige demasiado de nosotras, demasiado de nuestra salud emocional y mental, da mucho trabajo, genera muchas discusiones. El feminismo no es para aquellas personas que buscan confort o tranquilidad en su vida, no lo es. Cierro el paréntesis por aquí.
Volví a Argentina, me pareció encontrar un país mucho más conservador y moralista del que había dejado cinco años atrás, tal vez hasta era el mismo o mejor pero yo no, era otra, mi corazón quedó apretado y chiquito frente a tanta mezquindad (cuando se conoce la verdadera libertad son mucho más terribles las cadenas) y una vez más el camino de Jesús con hermanas y hermanos de distintas confesiones hacia la kénosis y encarnación me reencuentra con mis alas y mis ansias de volar.
No sé cómo continuará esta historia, no sé qué caminos tomaré o me elegirán, pero sé que será de la mano de hermanas y hermanos en la fe que se dispongan a dejarse embarrar por lo humano, para sólo después resucitar juntas y juntos a una vida digna y plena.
- María Gabriela Merayo es Bachiller en Teología, Integrante de la Red Tepali, Estudiante de Psicología Social
- Fotografía de Alfonso Sierra
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