Rev. Rosanna Panizo Valladares
Comunidad Bíblica Teológica
Lima, Perú
Hace tres semanas la Red de Instituciones Fraternales alrededor de la Misión de Basilea, en Lima, Perú, organizó la Consulta de educación teológica y crecimiento de la Iglesia. Nuestra decana – sí, ella también es una mujer – llevó nuestro aporte como comunidad.
Luego de la presentación, un hermano responsable de uno de los institutos teológicos de una denominación evangélica que llegó tarde y no había escuchado nada de nuestro aporte, hizo el siguiente comentario: “Me preocupa que algunas iglesias estén ordenando mujeres como pastoras”. Nuestra decana guardó la compostura del caso, para salvaguardar las “relaciones fraternales”, pero se sintió muy ofendida porque ella misma es una pastora ordenada y porque ésta es una de las luchas que estamos dando en nuestro programa de formación.
El número de estudiantes mujeres en nuestro espacio de formación, en el programa de residencia, es reducido, no por falta de incentivo desde la comunidad, sino porque no tenemos las suficientes condiciones como para que mujeres – por ejemplo, casadas y con hijos e hijas y que están desempeñando funciones pastorales en medio de la SOBREVIVENCIA – pueden acceder a una beca, de SOBREVIVENCIA también. Es evidente que estructuralmente nuestra institución, en su programa de residencia, no pueda servir a las mujeres con familia en su necesidad de formación. De aquí se podría desprender, por ejemplo, la necesidad de pensar seriamente en proveer para el cuidado de niños/niñas en nuestros claustros de formación como parte no necesariamente de un servicio y “facilidades” para mujeres solamente, sino parte de la formación misma de los agentes de pastoral. Este aspecto tan concreto y tan complejo al mismo tiempo proveería cierto marco para hablar de igualdad de oportunidades para las mujeres pero también sería un aporte y desafío para trabajar en una dimensión más específica el aspecto del relacionamiento humano, de la formación humana.
En una sociedad en que a las mujeres se les asigna llevar el peso de la carga familiar, en lo que respecto al cuidado de niños/niñas y preparación de alimentos, el tener hijos constituye una “limitación” en su reinvindicación educativa como mujer. No es extraño entonces escuchar que las mujeres quieran conocer y saber más. Hay un hambre reinvindicativa por acceder a la educación, no solamente de parte de mujeres en nuestra sociedad, sino de otros actores/sujetos sociales. Este desafío también lo debe confrontar la formación teológica. Este desafío debe ser enfrentado por nuestros criterios para la asignación de becas, por ejemplo. ¿Valoramos el trabajo llamado doméstico como tal, o sigue siendo un asunto “privado” que debe solucionarlo la pareja de estudiantes?
Este ser “minoría” en el salón de clase conlleva un gran compromiso-responsabilidad de parte de los profesores y profesoras en las dinámicas del aula entre las y los estudiantes. El aula es nuestro taller: en la pedagogía, en la metodología, en los modelos que proyectamos como docentes, en el lenguaje exclusivo/inclusivo, en la bibliografía, en la valoración que le demos a lo escrito, investigado y producido por mujeres en las diversas disciplinas del quehacer científico-social, en las diversas áreas del trabajo teológico-pastoral, está una de las riquezas de nuestro quehacer formativo.
Si queremos hacer cosas “nuevas” debemos de hacer las mismas cosas de “manera diferente”.
Desde la experiencia de las mujeres, entre otras, la formación teológica debe cuestionar los estilos del liderazgo en nuestras iglesias y proponer un modelo más comunitario, más misericorde y menos sacrificial, es decir, más humano. No basta sólo la “incorporación” de cuotas de presencia de mujeres y de “otros” por estar a la moda o acceder a los beneficios de la “modernidad”. Si estas mujeres y estos “otros” van a hacer las mismas cosas de la misma manera, no estamos cambiando absolutamente nada, sólo estamos variando nuestros discursos, o el color de la piel o los rasgos faciales de nuestras instituciones por unos más bellos quizás: pero las actitudes, los autoritarismos, los verticalismos, etc., siguen allí presentes en medio de nosotros/nosotras.
Otro desafío importante desde el hecho de ser mujer en el Perú en cuanto a su educación teológica es el siguiente: diagnosticar un contexto de sobreviviencia implica que la tarea fundamental es sobrevivir: buscar comida en lugar de buscar empleo, trabajar para comer en lugar de atender la salud deteriorada, priorizar el respeto a la vida del otro por mi derecho a vivir, etc. Esto es y ha sido una de las constantes en la vida de muchas mujeres, ser sobrevivientes. La pregunta de fondo es si hay lugar para la esperanza en un diagnóstico de guerra y sobrevivencia. Las mujeres decimos que sí, que hemos sobrevivido de muchas maneras ya hace como 2.000 años y no solamente 500, que esta realidad de sobrevivencia no debe matar la esperanza, porque se necesita no sólo evitar la muertes, sino también impulsar la vida, sobre todo la de las no incorporadas, la de las sobrevivientes.
Termino con un testimonio compartido por una de nuestras estudiantes-pastoras que trabaja en el cono norte de Lima, la cual ha pasado por un proceso muy acelerado de conscientización de su condición de mujer y es muy sensible a esta realidad.
“Estábamos en un retiro de mujeres de las Asambleas de Dios. Mujeres de diversas edades. Muy jóvenes las que son de la directiva del presbiterio ahora, y muy ancianas, antiguas líderes. Una de estas últimas, en un momento de las oraciones de intercesión pidió entre sollozos que oráramos por su joven hijo que estaba involucrado en uno de los grupos levantados en armas y que no lo veía por mucho tiempo y temía por su vida; pero al mismo tiempo no lo podía contar a nadie y había guardado este secreto. El grupo quedó en silencio y por ahí salió la voz de otra mujer que pedía por su esposo que era policía y que también llorando quería que el grupo de mujeres orara por la vida de su esposo. Y comenzaron a manifestarse otras muchas mujeres que tenían algunos de sus seres queridos involucrados en la guerra. Y todas lloramos y clamamos a Dios porque se obre la justicia y la paz en nuestro país y nos siga dando fuerzas para no perder la esperanza en nuestros sueños de que esto va a cambiar.”
Cuando se publicó este artículo se omitió el dato importante que éste fue originalmente publicado en septiembre de 1992 en el Boletín de la Asociación de Teólogas y Pastoras.
Es importante aclarar este detalle para leer el contenido dentro del contexto de la educación teológica de hace un poco más de 25 años atrás.
Aunque es triste reconocer que en algunas instituciones de educación teológica la situación de las mujeres estudiantes continúa siendo similar. Me pregunto si los grupos de mujeres no hemos hecho la suficiente resistencia propositiva para oponernos y transformar estas situaciones en instituciones que siguen teniendo una organización patriarcal, jerárquica y excluyente para las mujeres que desean estudiar teología y Biblia.
¿En qué va a contribuir la red TEPALI en los próximos cinco años para que esta situación cambie? He ahí el desafío. Articulémonos, pensemos y actuemos unidas.